Buscar... para encontrarte, Señor

A veces no soy consciente de que estoy permanentemente en búsqueda y que, posiblemente, esto sea así hasta mi muerte. No puede ser de otra manera por mucho que a veces viva como si ya lo hubiera encontrado todo.

¿Por qué a veces tengo la sensación, la tenemos muchos, de que estar buscando es algo malo? Al menos… no deseable, digámoslo así. Es como si los “buenos”, los “listos”, los “elegidos”, los “santos”, los “líderes”, los “profetas”, los “guías”, etc. sólo pudieran ser aquellos que ya han encontrado todo lo que se supone que debían encontrar. ¿No tienes esa sensación a veces? Y muchas veces me descubro, complacido, de que yo soy de este selecto grupo: descubrí a la iglesia y a Jesús desde la más tierna infancia, descubrí mi vocación de educador, descubrí mi lugar en la Iglesia estando en la Escuela Pía, encontré a mi mujer, a mis hijos, una comunidad y un trabajo que me permite subsistir… ¡No tengo nada que buscar! ¿O sí? Jesús fue muy certero en su pregunta. Al ver a aquellos dos que le seguían, les podía haber preguntado mil cosas: “¿Por qué me seguís? ¿Necesitáis algo? ¿Quiénes sois? …” Pero la pregunta fue otra. ¿Por qué? ¿Se puede ser creyente y no buscar absolutamente nada? ¿Se puede seguir a Jesús estando saciado, acomodado, seguro, satisfecho? ¿Es esto posible? 

Maestro, Señor Jesús… yo busco paz. Paz conmigo. Busco alejarme de aquello que me persigue y me distrae. Busco en Ti respuestas a mis preguntas. Busco calma ante el torbellino que me provoca tu mirada fija. Busco calmar mis miedos. Busco la felicidad, la mía y la de los míos. Busco un mundo mejor. Y tantas cosas que ni siquiera soy consciente de estarlas buscando… 


Busco tu casa para quedarme a vivir en ella.

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